Espiritualidad
La
contemplación
Con la vida de contemplación, los Hermanos “imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura”[1].
“En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno”[2], los Hermanos hacen de su existencia diaria una alabanza agradable a Dios.
“Orad sin interrupción”, nos dice San Pablo. La oración, especialmente la contemplativa, es el cimiento donde se edifica nuestra vida activa. Tengamos en cuenta la certeza de que sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a nuestras obras y actividades, según dijo: “Sin Mí, no podéis hacer nada”[3].
[1] Vita consecrata nº 8
[2] Vita consecrata nº 8
[3] Jn 15,5
Con la vida de contemplación, los Hermanos “imitan a Cristo orando en el monte, testimonian el señorío de Dios sobre la historia y anticipan la gloria futura”[1].
“En la soledad y el silencio, mediante la escucha de la Palabra de Dios, el ejercicio del culto divino, la ascesis personal, la oración, la mortificación y la comunión en el amor fraterno”[2], los Hermanos hacen de su existencia diaria una alabanza agradable a Dios.
“Orad sin interrupción”, nos dice San Pablo. La oración, especialmente la contemplativa, es el cimiento donde se edifica nuestra vida activa. Tengamos en cuenta la certeza de que sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a nuestras obras y actividades, según dijo: “Sin Mí, no podéis hacer nada”[3].
[1] Vita consecrata nº 8
[2] Vita consecrata nº 8
[3] Jn 15,5
La Divina Misericordia
La Misericordia de Dios, antes que un concepto teológico, debe ser una experiencia vivida por cada Hermano que, reconociendo su indigencia y miseria, toma conciencia de que sólo por puro amor de Dios en Cristo, él también está llamado a gozar del perdón divino y de la bienaventuranza eterna. Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad"[1]. Por eso nos llama a acercarnos a Él, con amor, con confianza y sin temor: “He abierto Mi Corazón como una Fuente viva de Misericordia. Que todas las almas tomen vida de ella. Que se acerquen con gran confianza a este mar de Misericordia. Los pecadores serán justificados y los justos serán fortalecidos en el bien”[2]. “Dios es rico en misericordia”[3] y nos ha sido revelado en Jesucristo Redentor, Cordero Inmolado para nuestra |
salvación: “pasó haciendo el bien y sanando”[4], “curando toda clase de dolencias y
enfermedades”[5],
manifestando su amor absoluto en la ofrenda de su vida cuando fue arrestado,
ultrajado, condenado, flagelado, coronado de espinas; cuando fue clavado en la
cruz y expiró entre terribles tormentos[6]. Los Hermanos adoramos el misterio inconcebible e insondable de la Misericordia Divina, fuera de la cual no existe otra fuente de esperanza ni de paz para el hombre: “La humanidad no encontrará la paz hasta que no se dirija con confianza a mi Misericordia”[7]. Por eso gritamos desde lo más íntimo de nuestros corazones: ¡Jesús, en ti confío!
Jesús Misericordioso tuvo bien revelarse a Santa Faustina Kowalska para, por medio de ella, recordar al hombre la oscurecida verdad de fe sobre el infinito amor misericordioso de Dios: “No quiero castigar a la humanidad doliente, sino deseo sanarla, abrazarla con Mi Corazón misericordioso”[8].
El mensaje de la Divina Misericordia nos recuerda que el Amor del Padre, y que por obra del Hijo y del Espíritu Santo se hace presente en el mundo contemporáneo, es más fuerte que el mal, más fuerte que el pecado y que la muerte. Por eso, con palabras y obras, debemos proclamar y operar la Misericordia viva de Nuestro Dios, esto es, ser misericordiosos a imagen suya para alcanzar así misericordia[9] y verdadera vida en Él.
El mensaje de la Divina Misericordia constituye un amoroso salir de Dios al encuentro con los hombres, a través del cual nos recuerda que, después de esta vida terrena, espera el descanso eterno para los que confiaron absolutamente en su bondad y ejercieron la misericordia con el prójimo.
Los Hermanos debemos tener siempre presente las palabras del Señor: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”[10]; que nos exhortan a imitarle con oraciones, palabras y actos de misericordia. La humildad, la pureza de intención y el amor deben guiar todas nuestras acciones.
Los Hermanos venerarán al Sagrado Corazón de Jesús como símbolo de su misericordia y amor: “El Amor de Jesucristo hacia nosotros es divino y humano a la vez, ya que Él tiene una naturaleza y una voluntad divina y humana. Por eso el Santísimo Corazón del Salvador lo podemos tomar por el símbolo de su triple Amor hacia nosotros: divino, humano espiritual y humano sentimental. Sin embargo, este corazón no es una imagen formal, es decir una señal, sino es como su huella (...) ya que ninguna imagen creada es capaz de presentar el quid del infinito Amor Misericordioso”[11].
Las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, que los Hermanos practicarán y difundirán, son: el cuadro de la imagen de Jesús Misericordioso, la Corona de la Divina Misericordia, la Hora de la Misericordia, la celebración de su Fiesta y la propagación del Mensaje.
Las principales fuentes sobre esta espiritualidad de la Divina Misericordia son la Sagrada Escritura, la encíclica Dives in misericordia y La Divina Misericordia en mi alma (Diario) de Santa Faustina Kowalska. Los Hermanos estarán familiarizados con estos escritos.
[1] 1 Tim 2,4
[2] Diario 1520
[3] Ef 2,4
[4] Hch 10,38
[5] Mt 9,35
[6] Cfr. Mc 15,37
[7] Diario 300
[8] Diario 1588
[9] Cfr. Mt 5,7
[10] Lc 6,36
[11] Pío XII, Haurietis aquas nº 28
Jesús Misericordioso tuvo bien revelarse a Santa Faustina Kowalska para, por medio de ella, recordar al hombre la oscurecida verdad de fe sobre el infinito amor misericordioso de Dios: “No quiero castigar a la humanidad doliente, sino deseo sanarla, abrazarla con Mi Corazón misericordioso”[8].
El mensaje de la Divina Misericordia nos recuerda que el Amor del Padre, y que por obra del Hijo y del Espíritu Santo se hace presente en el mundo contemporáneo, es más fuerte que el mal, más fuerte que el pecado y que la muerte. Por eso, con palabras y obras, debemos proclamar y operar la Misericordia viva de Nuestro Dios, esto es, ser misericordiosos a imagen suya para alcanzar así misericordia[9] y verdadera vida en Él.
El mensaje de la Divina Misericordia constituye un amoroso salir de Dios al encuentro con los hombres, a través del cual nos recuerda que, después de esta vida terrena, espera el descanso eterno para los que confiaron absolutamente en su bondad y ejercieron la misericordia con el prójimo.
Los Hermanos debemos tener siempre presente las palabras del Señor: “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”[10]; que nos exhortan a imitarle con oraciones, palabras y actos de misericordia. La humildad, la pureza de intención y el amor deben guiar todas nuestras acciones.
Los Hermanos venerarán al Sagrado Corazón de Jesús como símbolo de su misericordia y amor: “El Amor de Jesucristo hacia nosotros es divino y humano a la vez, ya que Él tiene una naturaleza y una voluntad divina y humana. Por eso el Santísimo Corazón del Salvador lo podemos tomar por el símbolo de su triple Amor hacia nosotros: divino, humano espiritual y humano sentimental. Sin embargo, este corazón no es una imagen formal, es decir una señal, sino es como su huella (...) ya que ninguna imagen creada es capaz de presentar el quid del infinito Amor Misericordioso”[11].
Las nuevas formas de culto a la Divina Misericordia, que los Hermanos practicarán y difundirán, son: el cuadro de la imagen de Jesús Misericordioso, la Corona de la Divina Misericordia, la Hora de la Misericordia, la celebración de su Fiesta y la propagación del Mensaje.
Las principales fuentes sobre esta espiritualidad de la Divina Misericordia son la Sagrada Escritura, la encíclica Dives in misericordia y La Divina Misericordia en mi alma (Diario) de Santa Faustina Kowalska. Los Hermanos estarán familiarizados con estos escritos.
[1] 1 Tim 2,4
[2] Diario 1520
[3] Ef 2,4
[4] Hch 10,38
[5] Mt 9,35
[6] Cfr. Mc 15,37
[7] Diario 300
[8] Diario 1588
[9] Cfr. Mt 5,7
[10] Lc 6,36
[11] Pío XII, Haurietis aquas nº 28
La Santísima Virgen
María, Reina de la Paz
“María es aquella que, desde su Concepción Inmaculada, refleja más perfectamente la belleza divina. “Toda Hermosa” es el título con el que la Iglesia la invoca”[1]. La relación de los Hermanos con María es consecuencia de su unión con Cristo, y reviste de una importancia fundamental para nuestra vida espiritual, y para la unidad y progreso de nuestra Fraternidad. María Santísima se nos presenta como “ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerda a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios. Al mismo tiempo, habiendo dado su consentimiento a la Palabra Divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana”[2]. |
La Virgen, que se nos revela también maestra de seguimiento incondicional y de servicio al Hijo, se nos muestra ante todo como Madre: “Ahí tienes a tu madre”[3]. “La relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida y una ayuda eficacísima para avanzar en ella y vivirla en plenitud”[4].
“La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial”[5]. Los Hermanos tendrán por seguro que en María tenemos acceso al Hijo de una manera privilegiada y segura, como Medianera de todas las gracias.
La Fraternidad venera a la Madre de Dios y Madre Nuestra, bajo su advocación de Reina de la Paz. El mundo sólo puede encontrar la paz si se vuelve a Dios y se convierte de sus pecados. La Virgen Santísima nos enseña que sólo cuando nos encontramos con Jesucristo la paz viene a nosotros. De este encuentro con el Resucitado nace un deseo ardiente de conversión que transforma la vida del hombre que se reconcilia con Dios, consigo mismo y con sus hermanos. Junto a la conversión de vida, la oración y el ayuno se muestran como medios eficacísimos para la obtención de la paz. Los Hermanos orarán a la Virgen Madre, y con Ella, para que por su intercesión sea concedida la paz al género humano, y en especial a la Santa Iglesia. Colaboremos pues en el triunfo del Inmaculado Corazón de María en este mundo alejado de Dios, viviendo la paz del Señor en nuestros corazones y difundiéndola, con palabras y obras, por doquier.
La Fraternidad profesa un mismo afecto teologal a aquél que Dios quiso asociar al misterio de la Encarnación de su Hijo. Así, junto a la Santísima Virgen, amamos también al Glorioso San José y lo veneramos como humilde siervo de Cristo y de su Madre, modelo vivo de comunión orante con Jesús y trabajador incansable por la gloria de Dios.
[1] Vita consecrata nº 28
[2] Vita consecrata nº 28
[3] Jn 19,27
[4] Vita consecrata nº 28
[5] Rosarium Virginis Marie 10
“La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial”[5]. Los Hermanos tendrán por seguro que en María tenemos acceso al Hijo de una manera privilegiada y segura, como Medianera de todas las gracias.
La Fraternidad venera a la Madre de Dios y Madre Nuestra, bajo su advocación de Reina de la Paz. El mundo sólo puede encontrar la paz si se vuelve a Dios y se convierte de sus pecados. La Virgen Santísima nos enseña que sólo cuando nos encontramos con Jesucristo la paz viene a nosotros. De este encuentro con el Resucitado nace un deseo ardiente de conversión que transforma la vida del hombre que se reconcilia con Dios, consigo mismo y con sus hermanos. Junto a la conversión de vida, la oración y el ayuno se muestran como medios eficacísimos para la obtención de la paz. Los Hermanos orarán a la Virgen Madre, y con Ella, para que por su intercesión sea concedida la paz al género humano, y en especial a la Santa Iglesia. Colaboremos pues en el triunfo del Inmaculado Corazón de María en este mundo alejado de Dios, viviendo la paz del Señor en nuestros corazones y difundiéndola, con palabras y obras, por doquier.
La Fraternidad profesa un mismo afecto teologal a aquél que Dios quiso asociar al misterio de la Encarnación de su Hijo. Así, junto a la Santísima Virgen, amamos también al Glorioso San José y lo veneramos como humilde siervo de Cristo y de su Madre, modelo vivo de comunión orante con Jesús y trabajador incansable por la gloria de Dios.
[1] Vita consecrata nº 28
[2] Vita consecrata nº 28
[3] Jn 19,27
[4] Vita consecrata nº 28
[5] Rosarium Virginis Marie 10